La invisibilidad del trabajo reproductivo

Reflexiones sobre el trabajo de las mujeres. La invisibilidad del trabajo reproductivo.La invisibilidad del trabajo reproductivo.

Podemos definir el trabajo reproductivo como aquel que comprende las actividades destinadas al cuidado del hogar y de las personas que viven en él, de la familia en sentido amplio y que se hacen en el ámbito privado. Se denomina reproductivo para diferenciarlo del trabajo de mercado o productivo, que es el que pertenece oficialmente a la esfera de lo público. Como ya hemos avanzado, estos dos distintos espacios, y trabajos, que forman parte de los procesos de la vida y  de la reproducción no gozan todos del mismo reconocimiento social, sino que existe entre ellos una jerarquía, una componente de valor, resultado de una larga tradición patriarcal liberal.

Según Teresa Torns, las tareas que comprende el trabajo reproductivo se podrían agrupar en cuatro grandes bloques:

  1. Cuidado y mantenimiento de la infraestructura del hogar (limpieza, alimentación familiar, orden general, compras, etc.).
  2. Cuidado y atención de la fuerza de trabajo presente, pasada y futura, sanitario, educativo, psicológico de todas las personas de la familia dependientes o no (niñas/os, jóvenes, personas adultas, personas ancianas). La “dependencia” puede ser por edad (niñas/os, ancianas/os, etc.) o por salud (enfermas/os). También se habla de otra dependencia, la psico-social, que se relaciona con la socialización de los hombres que no aprenden ni a cuidar ni a cuidarse y se hacen dependientes de los cuidados y de su subsistencia en la vida cotidiana. La dependencia como proceso humano y social se ha mantenido oculto mientras han sido las mujeres quienes se han hecho cargo de él de manera gratuita.
  3. Organización y gestión del hogar y la familia. Mediación entre la familia y los servicios privados y públicos existentes. Se refiere a gestiones burocráticas, bancarias, búsqueda y matriculación en escuelas, etc.
  4. Representación conyugal. Se refiere a aquellas actividades que tienen que ver con los vínculos y relaciones afectivas y sociales de la pareja (celebraciones familiares, cercanía e interés por la familia extensa y amistades, etc.).

Este trabajo reproductivo tiene tres rasgos característicos: que lo realizan mayormente las mujeres, que este trabajo no está remunerado, y que no está valorado socialmente.

Las mujeres, trabajando todos los días del año, sin horarios, llevan desarrollando tradicionalmente estas actividades necesarias para la vida humana. La magnitud y responsabilidad de esta actividad lleva a pensar en una especie de “poderosa mano invisible” que regula la vida cotidiana y permite que el mundo siga funcionando. Y precisamente eso, su invisibilidad, es lo que lo caracteriza, pero no solo para las actividades, sino también para las mismas mujeres que lo realizan, especialmente para aquellas que lo realizan exclusivamente.

La economía no se ha planteado preguntas como: “¿de dónde proviene la fuerza de trabajo? ¿Es que se ha producido por generación espontánea? ¿Son suficientes los salarios para asegurar la reproducción humana? ¿Permite el salario adquirir todos los bienes y servicios sin necesidad de realizar ningún otro trabajo?”.

Podemos afirmar que el “olvido” del trabajo reproductivo es poco inocente

En las últimas décadas del siglo XX, particularmente en España, tanto el mercado laboral femenino como los modelos familiares (el modelo de familia fordista está en crisis) han comenzado a experimentar cambios significativos, sobre todo a consecuencia de las decisiones de las propias mujeres, que se han ido incorporando al mercado productivo. Sin embargo, la creciente incorporación de las mujeres al trabajo de mercado, no tiene como resultado el abandono del trabajo familiar ni, tampoco, la incorporación de los hombres al mismo. Esto ha provocado una visible tensión entre los tiempos de cuidado y las exigencias del trabajo mercantil. Se ha puesto de manifiesto lo que se llama la “crisis de los cuidados”.

Esta crisis está siendo asumida por las mujeres, desarrollando lo que ha sido llamado “doble presencia-ausencia” (jornada en el trabajo productivo, en el trabajo reproductivo, y con la obligación de tenerlo todo en la cabeza para organizarlo debidamente) con no pocas repercusiones para su salud y su estado anímico. En las encuestas se demuestra que trabajen o no en el mercado productivo las mujeres, tengan hijas/os o no, tengan un salario superior o inferior al de la pareja varón, las horas dedicadas al trabajo reproductivo son siempre superiores en el caso de las mujeres que en el de los hombres.

Esto ha sido llamado “altruismo obligatorio” de las mujeres. Una generosidad a los/as demás que se presenta casi como obligada, ya que las mujeres continúan siendo reprochadas socialmente cuando descuidan sus obligaciones casi “exclusivas”.

La percepción y la vivencia de esa doble presencia, en cuanto al grado de frustración, satisfacción, realización personal y profesional dependen de múltiples factores y está muy relacionado con el momento vital de las mujeres (no es lo mismo tener que no tener hijas/os pequeñas/os, por ejemplo) y su clase social. Respecto a este último punto, en muchas ocasiones las mujeres intentan lidiar con estas jornadas interminables traspasando parte del trabajo reproductivo a otras mujeres, ahora migrantes, que vienen a ocupar las funciones del cuidado posibilitando que algunas mujeres occidentales puedan incorporarse al mercado productivo. Ellas son las que cuidan de nuestras/os hijas/os, ancianas/os, de nuestras casas, etc., dejando muchas veces a sus propias familias en sus lugares de origen.

El trabajo de las mujeres en las tareas reproductivas es todavía más importante en sociedades, como la española-catalana, que no tienen desarrollado un buen Estado del Bienestar, y lo que han desarrollado ha sido en base de un modelo “familista”, es decir, que la reproducción está en manos de las mujeres y que tan solo en su ausencia intervendrá el Estado. Así, el cuidado de personas enfermas, de personas ancianas, de criaturas pequeñas, etc. recae casi en exclusiva en las mujeres, al no haber una red de servicios sociales que den respuesta a esas necesidades sociales. Por ejemplo, es bien conocida la escasez de plazas en guarderías públicas, cosa que complica mucho la vida de las mujeres madres y de las abuelas y abuelos…

Ante esta situación, algunas leyes y políticas de igualdad han previsto medidas de conciliación irónicamente tan solo dirigidas a las mujeres, como si solo ellas debieran conciliar su vida familiar y laboral cuando, por ejemplo, tuvieran un bebé. Afortunadamente, el discurso legal empieza a utilizar el concepto “corresponsabilidad” para poner el hincapié en la necesidad de que también los hombres se corresponsabilicen del trabajo de la reproducción y el cuidado.

Pese a que se aplaude la implementación de dichas medidas, se hace necesario replantear la organización de la sociedad basada hasta ahora en las necesidades productivas, pero olvidando completamente las necesidades humanas. Una apuesta por priorizar los cuidados (revalorizándolos), las necesidades vitales de las personas, teniendo en cuenta el trabajo que eso supone, se presenta como una exigencia para plantearnos una futura organización social.

Escrito por  Gemma Nicolás Lazo. Abogada y consultora en Elna Advocades. Para dDermis Magazine

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