Entrevista a Rosa Regàs

Entrevista a Rosa RegàsEntrevista a Rosa Regàs, escritora y nacida en Barcelona durante la Segunda República, Regàs ha sido editora y traductora en la ONU. A los 57 años publicó su primer libro y desde entonces han aparecido otros dieciocho, entre novelas, ensayos y libros de viaje. Ganó el premio Nadal en 1994, el Ciutat de Barcelona en 1999, el Planeta en 2001 y el Grandes Viajeros (con Pedro Molina Temboury) en 2003.Rosa Regás a los 71 años fue Directora General de la Biblioteca Nacional. Ahora vive en l’ Ampurdà y se dedica, entre otras cosas, a escribir. Su último libro, “La hora de la verdad”, es una mirada a la vejez sin miedo, con mucha valentía e ilusión por el presente.

¿Qué significa para Ud. ser mayor?
Para mi es la constatación del paso del tiempo. El paso del tiempo en mí es lo más difícil de ver porque el paso del tiempo en los demás, en la historia, lo vemos sin dificultad y lo entendemos. Lo que cuesta es aceptar que el tiempo pasa también para nosotros, es decir, que nos hacemos viejos y que moriremos como han muerto los demás.

¿Cuáles son los mitos y tópicos que más le molestan sobre esta etapa de la vida?
Tal vez lo que me molesta es que se nos tenga por seres acabados, que ya hicieron todo lo que podían haber hecho. Me molesta que la sociedad y con ella la TV y las multinacionales empeñadas en crear modas y costumbres, sólo vean posibilidades en la juventud. Posibilidades sexuales, intelectuales, de diversión y de creación. No hay más que ver la publicidad. Se trata de conocer con qué contamos para hacernos viejos dignamente y con una vida plena y creadora: la mente, el cerebro que, a no ser que lo invada una enfermedad mental, no envejece.

¿Qué opina sobre aquello de que “los jóvenes ya no respetan a los mayores”?
No lo creo, más bien creo que los jóvenes y todo el mundo respeta al que tiene dinero, sea joven o viejo, sea ciudadano español o jeque árabe, sea científico o paleto.

¿Ha observado diferencias entre cómo se toman la vejez las mujeres y los hombres?
Hay de todo: a las mujeres que no aceptan la vejez les da por operarse, por ejemplo, mientras que a los hombres les da por salir o casarse con jovencitas o comprarse motos de gran cilindrada. Pero creo que, de los que aceptan la vejez, la mujer demuestra más talento: se dedica a hacer lo que no pudo hacer en su vida laboral o familiar, organiza o asiste a clubs
de lectura, cursos de pintura, comienza a escribir o a pintar o a cocinar o a caminar. El hombre es más pasivo y se conforma con ir cada tarde al bar a jugar a las cartas con los amigos y vecinos. Es una generalización pero algo hay de cierto en ello.

En una entrevista Ud. dijo: “La persona que se queja, tenga 20 años o tenga 50, es vieja”…
Quejarse no es comentar ni buscar consuelo. Quejarse es no parar de mendigar piedad y cariño. Los que se quejan a todas horas se diría que lo que de verdad quieren es que los demás se sientan culpables o responsables de sus males. Quienes así actúan no es que sean viejos, es que son una verdadera pesadez, insoportable que ahuyenta a familiares y amigos.

¿Qué opina de la soledad que sufren muchas personas mayores?
Espantosa. No sé que tendría que hacer la sociedad para evitar esos últimos años de soledad de tantas personas. Pero aún así, la soledad se vence en buena parte si hacemos trabajar las manos, la mente, la curiosidad, si buscamos el conocimiento, si leemos, si escuchamos música, si paseamos y miramos el mundo como es. Si hacemos artesanías o ayudamos a los más necesitados, en instituciones, o como voluntarios en alguna ONG. Todo esto no soluciona la soledad, pero la tranquiliza mucho.

¿Cómo se vive el amor de mayor?
Como se ha vivido siempre. Hay quien vive el amor tumultuoso y hay quien es más tranquilo en el amor.
Lo que se vivió de joven se sigue viviendo de mayor. El hambre no se pierde ni el modo de ser, si acaso se modifica un poco. Hay quien de viejo es peor de lo que era de joven, y hay quien de viejo es más sereno, más dulce, más amoroso. Pero de un modo u otro seguimos siendo lo que fuimos.

Nunca es tarde para…
Nunca es tarde para las vocaciones ocultas. Nunca. Y esta es la gran baza que guarda la vejez, que nos permite hacer lo que no tuvimos tiempo de hacer, decir lo que no nos atrevíamos a decir, pensar como nunca hubiéramos imaginado que íbamos a pensar.
Tenemos mucho más tiempo y somos capaces de aguantar los achaques de la edad. Las vocaciones ocultas realizadas o en camino de serlo nos darán una calidad de vida que ni siquiera podemos imaginar.